La compañía cofundada por Henrik Fisker sigue sin levantar cabeza definitivamente, tras un último año en el que no han conseguido ni siquiera volver a arrancar la cadena de producción. La empresa, a pesar de haber recibido desde 2007 ayudas estatales por valor de 1,7 billones de dólares, sigue sin ser rentable. Incluso recibió también unos 525 millones procedente de inversiones privadas desde mayo de 2011 hasta agosto de 2012, cuando Fisker se tasó a sí misma en 2 billones de dólares de valor total.
Parece que en todo éste galimatías de pérdidas, inversiones y subvenciones estatales hay un culpable que destaca sobre los demás, y no es otro que el modelo que ha hecho famosa a la marca, el Fisker Karma. Los continuos retrasos en su producción y salida al mercado, los ajustes en su diseño y otras correcciones de última hora provocaron que el coste de producción se disparara. Incluso sabemos que la compañía posee un stock por valor de entre 50 y 100 millones de dólares, en forma de componentes del coche, que se quedaron obsoletos incluso antes de ser montados, debido a los propios ajustes de diseño.
También se descubrió que la fabricación del Fisker Karma tal como estaba planteada no era rentable desde un principio, y aunque se hicieron esfuerzos en esa línea, el hecho de querer mantener las formas y los diseños iniciales acabó pasando factura, no pudiendo reducir los costes hasta el extremo de que llegar a producir el coche redundara en beneficios. Desde la propia empresa, se estima que en cada Karma que fue construido se perdió la nada despreciable cifra de 35.000 dólares. La gestión por parte de la ejecutiva tampoco fue la correcta, sin escatimar en ningún tipo de gastos. Incluso después de que el gobierno estadounidense congelara los préstamos a la empresa, se seguía gastando dinero en cosas tan innecesarias como fiestas en yates en Monte-Carlo, donde se servía champán con virutas de oro, lo que refleja la nefasta gestión y el despilfarro de la directiva.
A causa de éstos dispendios, Fisker acumuló desde 2011 facturas impagadas por valor de 200 millones de dólares, a la vez que sus ejecutivos seguían cobrando sueldos desorbitados mientras intentaban ahorrar para la empresa en otros aspectos. También se veía retrasado una y otra vez el lanzamiento del Atlantic, el modelo que debía salvar de la bancarrota a la empresa. Habiendo fabricado sólo 2450 unidades del Fisker Karma y perdiendo con cada una, parecía obvio que el final de la empresa estaba cerca. Esperemos un final mejor para la empresa y que consiga una nueva dirección que le haga salir a flote en los próximos años.